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Martin y Nel Rodriguez Haeusler, Arquitectos del Museo El Castillo.
De Carlos Arturo Fernández U.:
El Museo El Castillo impacta por su carácter exótico en medio del paisaje urbano de Medellín, como si hubiese sido trasplantado desde una geografía y una historia totalmente diferentes. Sin embargo, cuando no se mira sólo esa extraña casona sino que se piensa en la ciudad toda, percibimos que viene a sumarse a una amplia serie de arquitecturas inquietantes que definen algunos de los principales hitos urbanos, entre otros, la Catedral, la antigua Gobernación y el Palacio Nacional. Pero, además, hubo otras muchas casas y edificios que no lograron sobrevivir a la idea absurda de que el progreso y la defensa del patrimonio son incompatibles.
El Castillo fue construido entre 1930 y 1940, aproximadamente, por la firma de arquitectos e ingenieros constructores H. M. Rodríguez e hijos, constituida por Horacio Marino Rodríguez y sus hijos Martín y Nel, por encargo del médico José Tobón Uribe. Sin embargo, su dueño murió poco después de terminada la obra que, a partir de 1942, pasó a ser propiedad de don Diego Echavarría Misas y de su esposa, la ciudadana alemana Benedikta Zur Nieden, conocida por todos como doña Dita.
Es evidente que se trata de una arquitectura caprichosa. Se cuenta que para orientar a los arquitectos acerca de sus deseos, el dueño original les entregó una serie de viejas postales que había recogido en sus viajes europeos, con las fotos de los castillos que más le habían gustado. Así, la idea de la casa se inspiraba en los Castillos del Loira, en Francia, que fueron el resultado de una de las más fecundas etapas de la cultura aristocrática en el centro de Europa.
Sin embargo, en la construcción del Castillo ese gesto se producía en un momento histórico en el cual semejante capricho estaba vinculado con una extensa y profunda revisión estética. En efecto, mucho más insólita tuvo que aparecer a finales del siglo XIX la decisión de la entonces pequeña ciudad de Medellín de construir una enorme catedral en el estilo Románico que había estado vigente en los siglos XI y XII, o la sucesiva construcción de una serie de iglesias góticas, o el proyecto nacional de construir el Palacio del Congreso en Bogotá en estilo griego.
En realidad, los aparentes caprichos se repitieron en todo el mundo desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del XX en lo que llamamos el eclecticismo histórico. Y más que gestos de esnobismo, esas elecciones marcaron una nueva orientación para el arte y la arquitectura, a partir de la convicción de que el estilo de una obra no es un desarrollo espontáneo sino el resultado de una elección consciente.
En este sentido, El Castillo es uno de los mejores testimonios que nos quedan de un momento clave en nuestra historia artística y arquitectónica. Fue entonces cuando se descubrió el valor superior del arte y del artificio, y la posibilidad de una creación estética que iba más allá de la utilidad y del pragmatismo: valía la pena construir una casa como esta porque en ella se materializaba la belleza.
Después de la trágica desaparición de don Diego Echavarría, doña Dita realizó el sueño compartido de convertir la casa en un museo y centro cultural que, además, recibió las colecciones de pintura, escultura y artes decorativas que habían recogido.
Hoy, cuando se amplía como institución cultural y parque ambiental, El Castillo podría parecer, sobre todo, como una referencia al pasado. Pero esta casa es el testimonio de un momento de especial riqueza artística, planteada, quizá por primera vez, en cierta consonancia con lo que se realizaba en otras latitudes. Fue un momento de consciente globalización y de lucha por el progreso, planteados, de manera insólita, desde las esferas del arte.
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